miércoles, 31 de enero de 2024

Esa sensación

 


Esa sensación que no puede sacudirse de encima por más que lo intente, por más que piense en otra cosa o realice mil y una acciones diferentes. La sensación no le abandona, como mucho se esconde el tiempo que su mente está ocupada con otras cosas para volver tan pronto como se relaja y regresa a la rutina.

Es una sensación difícil de explicar, no es angustia, ni miedo. No es decepción ni frustración. Tampoco es enfado o insatisfacción. Es una mezcla de todas, un poco de cada una que, juntas, conforman una sensación única, pesada, imposible de perder de vista.

Ha probado a cambiar cosas de su vida, a empezar de nuevo. Año nuevo, un cumpleaños, un momento señalado, pero solo son cortinas de humo. No puede poner fecha de término a una sensación ni pensar que por ponerle un número a un día las cosas vayan a cambiar de golpe.

Tampoco es una sensación compartida con otros, puesto que nadie la experimenta igual, si la tiene, ni nadie la afronta de la misma manera. Es una batalla individual, un duelo interior cuya resolución es más compleja de desentramar que el puzle más elaborado.

A veces se convierte en gritos, a veces en lágrimas. En otras ocasiones es solo una actitud, un rostro, una mirada lo que indica que se esconde ahí dentro, invisible para los demás. Y aun así se intenta tapar como si los demás pudiesen verlo tan claramente como uno mismo, cambiamos ropa, peinado, aficiones, maquillamos la sensación comprando cosas que nada tienen que ver hasta que vemos que nada de eso sirve, porque la sensación está por encima de cualquier elemento material.

Para algunas personas no desaparecerá nunca, morirán con ella. Para otras será una etapa, más larga o más corta, pero una etapa que pasará. Lo que hace fuerte a la sensación es que nunca sabemos si nuestro caso será una etapa o algo definitivo, incluso si volverá tiempo después de haberse ido. Porque no hay certezas en la vida, solo sensaciones, momentos, tiempo.

Algunas personas han normalizado vivir con esa sensación como si fuese parte de ellos, su propia identidad, algo inherente a su persona. Quizá es la forma de rendirse ante ella o la aceptación de que no hay victoria posible. Quizá en ocasiones es mejor no luchar que consumir la vida peleando una batalla que es imposible ganar, o quizá si hubiésemos luchado antes la sensación habría sido pasajera. ¿Quién puede saberlo?

Al final no hay un final, no existe una fórmula mágica para explicar esa sensación o un consejo para alejarla. Estamos solos ante ella y con ella, no hay experiencia que valga ni edad para pasarla. Solo podemos confiar en nosotros mismos y aprender de ella y con ella.

martes, 19 de diciembre de 2023

Ecos de la batalla




La sangre todavía gotea de su cuerpo inerte. Lo que hubiese en su interior y que le otorgaba la vida hace tiempo que ha abandonado la prisión de sus huesos. La sensación de paz domina la escena a pesar de lo sangriento y violento de su disposición. Un leve soplo de brisa acaricia las hojas del árbol que cubre nuestros cuerpos. A mí me protegen en parte de la fina lluvia que ha comenzado a caer, a mi enemigo le resulta irrelevante el golpear de las gotas en su carcasa ausente.

Hace apenas una hora ambos cuerpos se encontraban llenos de vida, de una esencia imposible de ver y cuantificar que animaba sus miembros llevándoles a la batalla. Una batalla que solo podía acabar de una manera, hacía uno u otro lado, pero cuyo final era predecible. Una hora después de entrechocar los aceros el resultado es evidente, no por ello menos impactante.

Ambos hombres se dirigieron al punto marcado para iniciar al combate siendo conscientes de lo que suponía encaminar sus pasos a aquel lugar, y lo hicieron sin miedo, sabiendo que la muerte era el único resultado posible. Para el vencedor la muerte no ha desaparecido, ni siquiera se ha escondido, solamente se ha pospuesto, retrasado un número indeterminado de días o años.

¿Siempre tiene que ser así? Una continua batalla sin fin que no deja más que sangre y dolor, que acaba con los más veteranos dejando entrar a los jóvenes en el mismo círculo infinito. La muerte llega a ser la mejor salida, la única salida. La forma de romper la cadena, de evitar una vida de sufrimiento producto de heridas mal curadas, de miembros mutilados, de marcas exteriores e interiores.

Finalmente, la gloria se descubre como un invento de juventud, algo sobre lo que cantan los poetas que nada tiene que ver con la realidad de la batalla. La gloria solo la alcanzan los muertos, ¿y qué gloría es esa sino puedes disfrutarla en vida? ¿Cuándo la muerte se volvió más relevante que la vida?

Con estos pensamientos en mente el joven guerrero medita frente a su enemigo caído, sin llegar a conclusiones validas o que apacigüen su espíritu inquieto. Así sucederá combate tras combate, si tiene la suerte o mala suerte de no caer, de ser olvidado por los vivos y pasar a engrosar las infinitas huestes de los que abandonaron este mundo.

Tardaran un tiempo en darse cuenta de que está vivo pues la confrontación principal tiene lugar a cierta distancia de esa posición. Si ha llegado hasta allí es debido a que su grupo se lanzó en persecución de una pequeña falange enemiga que emprendía la huida antes de tiempo. La huida siempre se produce antes de tiempo. Porque la verdadera huida es la batalla, es probar el filo de la espada en la propia carne, es cerrar los ojos a la violencia y el sinsentido.

Con el tiempo la tímida lluvia que parecía que no iba a cesar coge fuerza y se transforma en un imparable torrente que limpia toda la sangre dejando solo los cuerpos insepultos. Yoshikage se levanta y comienza su camino de retorno al campamento, solo, pues sus compañeros cayeron junto a su enemigo. El sendero es largo a pie, pero no le importa. La lluvia refresca su piel y visibiliza sus heridas, pero las más profundas no pueden verse.

Cuando llegue al campamento deberá acallar la voz interior que le hace reflexionar sobre el sentido de lo que ha vivido. No hay lugar para la duda, para cuestionarse cosas que siempre han sido así y siempre deberán permanecer de la misma forma. Dará parte de lo sucedido y alabarán su valor y su fuerza, quizá ascienda en la cadena de mando. Un movimiento hacia arriba significa tener menos oportunidades de salir del ciclo, a pesar de volverse más visible.

Mañana todo volverá a ser como era, los muertos serán enterrado, no todos, tropas de refuerzo pueden llegar y una nueva batalla se vislumbrará en el horizonte, y tras esta vendrá otra y otra y otra. Aunque llegue el día sin batallas no durará porque es la naturaleza del hombre tomar lo que desea e imponer su dominio sobre otros. Tal vez todo termine cuando no haya nada por lo que luchar, o nadie con quien combatir. Quizá cuando los árboles pierdan todas sus hojas y caiga el último pétalo.

jueves, 4 de mayo de 2023

Nada

 



Mira el mar como quien espera que algo aparezca en el horizonte, como si en la distancia pudiese encontrar lo que se esconde en lo más profundo de su ser.

El movimiento rítmico de las olas le relaja, el sonido de su vaivén le transporta a otros mundos, más sencillos, en los que puede realizar sus sueños sin dificultad, sin las trabas que el día a día le impone. 

Si cierra los ojos el mundo desaparece, solo están él y el vacío, el sonido y sus pensamientos, en una armoniosa conjunción ajena al tiempo y al espacio, a la edad y la condición física.

Ni siquiera nota el tacto de la arena entre los dedos de sus pies, el calor del sol en su piel, el pelo alborotado por las repentinas corrientes de aire. 

Durante unos minutos, ¿unas horas tal vez? No hay nada más, no necesita nada más, no espera nada más. 

Ojalá todos los momentos fuesen así piensa, pero rápidamente se desdice porque si todos los momentos fuesen así no habría espacio para nada más, no tendría nada con qué comparar esos momentos y darse cuenta de lo especiales que son, no tendría vida que vivir.

martes, 28 de febrero de 2023

El libro


Ahí se encuentra el libro, sobre el estante, inmóvil, sin tocar desde hace una semana. Solo faltan por leer las últimas 4 páginas, pero Ramón está posponiendo su lectura tanto tiempo como le es posible. Por temor. Por temor a encontrar en esas últimas 4 páginas un final que no le guste, que cambie su percepción de las 346 precedentes. Por temor a finalizar una etapa, a abandonar un mundo que ha sido suyo durante muchos trayectos de casa al trabajo y del trabajo a casa. Por temor a comenzar una nueva historia, una nueva etapa que quizá no le llene de la misma manera, que le suponga un compromiso al que no quiere atarse.

Durante una semana ha mirado el libro de reojo cada vez que pasaba por el salón. Alguna ocasión ha pensado que no aguantaría más y se ha acercado a sus páginas, pero no ha llegado a cogerlo, no se ha atrevido.

Hoy se ha propuesto terminarlo. Las condiciones son ideales, tiene tiempo en casa, sin otras obligaciones y, tras su lectura, irá a dormir para que lo último que haga ese día sea finalizar el libro. Sean satisfactorias o no las últimas 4 páginas podrá reposar de su lectura en la cama y despertar nuevo al día siguiente.

Coge el libro y se dirige donde el marca páginas le indica, donde no se atrevió a continuar pese a que la historia era tan interesante y el conflicto estaba a punto de resolverse que cualquier otro lector habría devorado esas páginas finales con más velocidad de la acostumbrada.

Comienza a leer, menos 4 páginas, y así prosigue hasta que la última palabra entra por sus ojos y se instala ahí prisionera de su memoria. Cierra el libro, lo coloca en su estantería y se va a dormir esperando que al día siguiente la nueva historia que comience le proporcione las mismas emociones que la que acaba de terminar. Quizá sea así, quizá no. Al final un libro es un reflejo de la vida, un continuo cambio de etapas, emociones y decepciones, expectativas y realidades, inicios y finales.