Esa sensación que no puede
sacudirse de encima por más que lo intente, por más que piense en otra cosa o
realice mil y una acciones diferentes. La sensación no le abandona, como mucho
se esconde el tiempo que su mente está ocupada con otras cosas para volver tan
pronto como se relaja y regresa a la rutina.
Es una sensación difícil de
explicar, no es angustia, ni miedo. No es decepción ni frustración. Tampoco es
enfado o insatisfacción. Es una mezcla de todas, un poco de cada una que,
juntas, conforman una sensación única, pesada, imposible de perder de vista.
Ha probado a cambiar cosas de su
vida, a empezar de nuevo. Año nuevo, un cumpleaños, un momento señalado, pero
solo son cortinas de humo. No puede poner fecha de término a una sensación ni
pensar que por ponerle un número a un día las cosas vayan a cambiar de golpe.
Tampoco es una sensación
compartida con otros, puesto que nadie la experimenta igual, si la tiene, ni
nadie la afronta de la misma manera. Es una batalla individual, un duelo
interior cuya resolución es más compleja de desentramar que el puzle más
elaborado.
A veces se convierte en gritos, a
veces en lágrimas. En otras ocasiones es solo una actitud, un rostro, una
mirada lo que indica que se esconde ahí dentro, invisible para los demás. Y aun
así se intenta tapar como si los demás pudiesen verlo tan claramente como uno
mismo, cambiamos ropa, peinado, aficiones, maquillamos la sensación comprando
cosas que nada tienen que ver hasta que vemos que nada de eso sirve, porque la
sensación está por encima de cualquier elemento material.
Para algunas personas no
desaparecerá nunca, morirán con ella. Para otras será una etapa, más larga o
más corta, pero una etapa que pasará. Lo que hace fuerte a la sensación es que
nunca sabemos si nuestro caso será una etapa o algo definitivo, incluso si
volverá tiempo después de haberse ido. Porque no hay certezas en la vida, solo
sensaciones, momentos, tiempo.
Algunas personas han normalizado
vivir con esa sensación como si fuese parte de ellos, su propia identidad, algo
inherente a su persona. Quizá es la forma de rendirse ante ella o la aceptación
de que no hay victoria posible. Quizá en ocasiones es mejor no luchar que
consumir la vida peleando una batalla que es imposible ganar, o quizá si hubiésemos
luchado antes la sensación habría sido pasajera. ¿Quién puede saberlo?
Al final no hay un final, no
existe una fórmula mágica para explicar esa sensación o un consejo para
alejarla. Estamos solos ante ella y con ella, no hay experiencia que valga ni
edad para pasarla. Solo podemos confiar en nosotros mismos y aprender de ella y
con ella.